Sucedió durante la Segunda Guerra Mundial: en una ciudad alemana, los
bombarderos destruyeron la más hermosa de las Iglesias, la Catedral. Una de las
“víctimas” fue el Cristo que presidía el altar mayor; quedó literalmente
destrozado.
Al concluir la guerra, los habitantes de esa ciudad reconstruyeron con
mucha paciencia su Cristo bombardeado y, pegando trozo a trozo, llegaron a
formarlo de nuevo, en todo su cuerpo, menos en los brazos. De éstos no había
quedado ni rastro. ¿Qué hacer? ¿Fabricarle unos nuevos? ¿Guardarlo para
siempre, así como estaba?...
Decidieron devolverlo al altar mayor, pero en lugar de los brazos
ausentes, escribieron un gran letrero que decía: “Desde ahora, Jesús no tiene más brazos que los nuestros”
Y allí está, ese Cristo de los “brazos inexistentes” que nos invita a
colaborar con Él.
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